Imanol

—Imanol —dijo Andel, jefe de la sección de línea blanca de la Cooperativa—, a partir de la próxima semana serás tú quien se encargue de la planificación y distribución de la carga de trabajo entre tus compañeros. Creo que, dado el buen rollo que generas y el magnífico feeling que tienes con todos ellos, las innovaciones que la empresa ha decidido incorporar en el nuevo producto saldrán adelante contigo sin mayores problemas-

—No podrías haber elegido mejor, jefe —saltó como un resorte Nagore, la chica que todos sabían estaba en relaciones con Imanol—.  No sabes lo mucho que Ima habla y piensa en ese nuevo electrodoméstico. Le tengo que zarandear y llamarle la atención en muchas ocasiones porque, la verdad no está a lo que tiene que estar —finalizó, riendo con picardía.

 

La salida de los trabajadores de la Cooperativa al acabar la jornada laboral siempre recordaba a Imanol, gran amante del cine, el rodaje que los hermanos Lumière hicieran el año 1895 de la salida de trabajadores de la fábrica que ellos tenían en Lyon. Sólo había una diferencia, bueno quizás más de una. La principal era  que en la factoría de los Lumière se fabricaban aparatos de fotografía mientras que la producción en la Cooperativa de Arrasate estaba muy diversificada, si bien Ima y Nagore siempre habían trabajado en la sección de aparatos domésticos.

—Es espectacular la apertura de puertas de la fábrica y ver a los colegas salir alegres con la bolsa termo en una mano y el cigarrillo en la otra—decía Ima a sus amigos de cuadrilla mientras pasaban la tarde en la herriko taberna a la que acudían para ver por televisión jugar a la Real—. No sé cómo deciros, chicos, el buen rollo está dibujado en sus caras; creo que jamás unos trabajadores pueden ser más felices que aquí, en Euskadi.

—Bueno, chaval, deja ya de hablar del curro —le interrumpió Aitor— que hasta el próximo lunes no volvemos. Es momento de pasar a la diversión. Creo que son fiestas en Zumaya, ¿qué os parece si nos acercamos esta noche por ahí? Hay verbena y actúan los Latitud 43, un grupo que tiene mucho rollo.

— Sí, me parece una buena idea, Aitor —respondió Imanol con simpatía—; me lo tengo ya perfectamente organizado: por la tarde saldré con Naiara para ir a conocer a sus padres, que, pienso que ya es hora; a la noche, cuando la deje en su casa, me uniré a vosotros,  a la cuadrilla, vaya.

 

Imanol, —era de verlo, según relataba cada vez que volvía a El Bodón—, estaba en su salsa con sus colegas de la Cooperativa; la vida, desde que marchara a Euskadi hacía ya 22 años, le iba fenomenal. Al principio, todos en el pueblo, cuando conocieron la decisión que había tomado, le mostraron sus reticencias: que si era muy joven, pues apenas acababa de cumplir los 18, que si por ahí arriba a los de por aquí los tachaban de maketos y muertos de hambre, que si no se iba a comer ni un colín con ninguna chica vasca que, además, según Inocencio, su primo y mejor amigo, eran más feas que pegar al padre con un calcetín sudao… Así, entre bromas y veras, amigos y familiares habían intentado hacerle cambiar de opinión, pero Manolillo era muy, pero que muy tozudo.

—No os esforcéis, chicos, —les decía— aquí no tengo futuro; si me lo permitís y no os lo toméis a mal, creo que ni yo, ni ninguno de vosotros tiene por aquí futuro. Las tierras de nuestros padres apenas dan nada, los precios que nos pagan por los productos del campo son una mierda, la administración estatal y también la autonómica nos tienen olvidados, no hay expectativas de mejora alguna, si al menos hubiera un cine… Así que… ¡me voy!

—Si quisieras, Manuel —intervino Inocencio—, y lo sabes desde siempre, en la fábrica de embutidos tienes un lugar en cuanto lo desees. No es una gran empresa, no es la Cooperativa Mondragón, claro, pero si se trabaja con ganas y te gusta tu tierra fácilmente te puedes sacar un sueldo suficiente. Date cuenta de que aquí —prosiguió riendo—la Lumi, y así ha sido siempre, cada vez que te ve pone ojitos de ternerita. Y, no me podrás negar que Iluminación está de muy buen ver. Así que… deberías reconsiderar tu decisión.

 

—¡¡¡Coooorteeenn!!

 

La película sobre la vida que tantos y tantos Manolillos habían vivido en su migración hacia Euskadi hay que detenerla en este punto. La opinión de unos y de otros sobre el mismo asunto, en este caso, la llegada al País Vasco de mano de obra procedente del oeste castellano, y la percepción personal de los protagonistas de esta diáspora difería bastante según quien hablase. Para los emigrados su decisión había sido completamente acertada, pues de haber seguido en la localidad de sus padres y abuelos ahora también ellos serían unos pobres agricultores en una tierra áspera que apenas si les proporcionaría sustento. Para quienes los recibieron los recién llegados no dejaban de ser unos seres ajenos a su cultura y tradiciones enviados —así decían— por el poder centralista de ese Estado contra el que buena parte de la población se había posicionado, algunos incluso con las armas. En realidad no eran más que eso, unos maketos, unos muertos de hambre que por no saber ni siquiera sabían hablar la lengua de los aitás. Y para quienes con pena y dolor los habían visto marchar eran ocasiones perdidas de vidas felices en común; sin embargo nada podían decirle al Manolillo de turno que, al parecer feliz y contento, volvía a pasar sus jornadas de asueto veraniego al pueblo de los padres.

 

— ¡¡¡Aaaccciiióónn!!!

 

Imanol durante su estancia en El Bodón ese verano de la crisis económica hizo por ver a Lumi. La recordaba como a ninguna otra chica que hubiera conocido. Es cierto que en Arrasate tuvo sus más y sus menos con Nagore, pero cuando la cosa parecía ir a mayores y él le pidió conocer a su familia, ella, al principio, se mostró evasiva y, cuando consintió en presentársela, Imanol tuvo que reconocer que para los padres y el hermano de Naiara él nunca dejaría de ser Manuel, algo cuya poca destreza con el euskera, pese a haber superado los cursos proporcionados por la empresa, dejaba patente.  Era evidente que no podría compartir su vida con esa chica tan alegre y simpática; a partir de ese momento tuvo claro que formar una familia en ese lugar no le apetecía nada.

En estas cavilaciones estaba Manuel cuando por el camino de la Fuentina, la calle que iba de la Plaza del Ayuntamiento al abrevadero, vio venir a una mujer con un rodete sobre la cabeza que servía de base al cántaro de agua que portaba. Según ambos se acercaban la cara, formas y porte de la mujer le parecieron reconocibles a, en ese momento y circunstancias, Imanol. Sí, efectivamente, esa mujer se parecía mucho a la chica que… ¡cómo pasa el tiempo, Dios!… le hacía ojitos cada vez que lo veía.

—¡Lumi! ¿Eres tú? —preguntó Manuel a la mujer cuando apenas le separaban quince o veinte metros de ella—. Dime que sí. Sí, sí, yo creo que tú eres… ¡Iluminación Garzón!

—Sí, así me llamo —respondió la mujer—. ¿Usted quién es? Creo no conocerlo de nada.

—¿No me reconoces, Ilu?

Cuando Iluminación escuchó esa abreviatura de su nombre no pudo por menos que retroceder mentalmente veintidós años. Era la fiesta de los quintos, había verbena en el pueblo y ella sabía que esa era su última oportunidad para retener a Manuel.

—¿Eres Manu? —dijo Lumi con voz temblorosa-

—Sí, soy yo. No sabes lo mucho que me he acordado de ti y lo muchísimo más que me he arrepentido cada vez que recordaba esa última noche contigo. Fui un estúpido, Iluminación. Me gustabas mucho y sin embargo movido por no sé qué impulsos suicidas te desprecié. Suicidas, sí, porque fue un ataque hacia mí mismo el que me produje no aceptándote. Ahora veintitantos años después me doy cuenta.

Lumi, Ilu o Iluminación, evocó con nostalgia esa noche ya lejana que tan deseada fue por ella: «Manu, yo te quiero. Creo que te gusto y pienso que los dos juntos podríamos tener  futuro». También, aunque con dolor, llegó hasta su cerebro la desabrida respuesta de un Manuel que sin saberlo aún le contestó convertido en un futuro Imanol cualquiera: «Lumi, contigo no tengo nada que hacer. No pienso unirme a ti para hundirme en la mierda. Un revolcón, sí, pero nada más, no aspires conmigo a ninguna otra cosa»

—Se dice, Manu, que el tiempo todo lo cura —habló Lumi—, pero conmigo no ha sido así. A mí el tiempo sólo ha ahondado aún más la profunda herida que me produjo tu rechazo. Me he acordado de ti, claro que sí a lo largo de estos años, pero no te he esperado. Dice el dicho popular que no hay peor desprecio que el no aprecio, y tú no apreciaste mi oferta de amor y entrega en lo que valía. Vienes ahora a contarme una película que no me interesa, una película en la que no quiero participar, una película que no es la mía, porque la que yo quería para mí acabó hace 22 años. En la tuya formo parte de las tomas falsas, esos metros de celuloide que aunque grabados se desprecian y se tiran a la basura. Me tiraste a la basura, Manuel,  y ahora en esta otra, tu gran éxito vital —prosiguió diciendo con amarga ironía Lumi—, vienes a ver si puedes corregir tu error. No, Manu, no, es imposible subsanar este error tuyo, si es que lo fue. El tiempo siempre avanza hacia adelante, las vueltas atrás, los flash back, son cosa del Cine y esto, mi vida, no es una simple película.

Un comentario en “Imanol”

  1. Una historia preciosa y muy sentimental. Muestras los deseos de vivir una vida mejor en otro lugar alejado del de nacimiento y el desarraigo que se siente cuando el emigrado no echa raíces en la nueva tierra. Muestras el arrepentimiento de haber obrado precipitadamente y la imposibilidad de dar marcha atrás y recuperar lo perdido. Lo peor de todo, en este relato, es ver cómo el recién llegado a una tierra «extraña» para él no es bien recibido por no pertenecer a ella de origen, aunque intente adaptarse a la vida y costumbres de su nuevo y hostil hogar.
    Me ha encantado, como todos los relatos que publicas en este rincón.
    Un fuerte abrazo, Juan Carlos.

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