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Como los más ricos de Béjar

El camión con el logo de la empresa, una gran Y griega, abandonó las instalaciones de la fábrica cargado hasta los topes con los últimos trajes y vestidos producidos en la planta. Emilio no pudo por menos que soltar una lágrima. Con ese camión se cerraba una época de su familia, mejor dicho, de las cuatro o cinco últimas generaciones de su familia. Todo había comenzado durante el último tercio del siglo XIX cuando su bisabuelo, Olegario Yuste, escapando de la tremolina que asolaba España en la tercera guerra carlista, abandonó el lar vasco y recaló en Salamanca. Tampoco la ciudad castellana le pareció buen lugar para asentarse dado que a su llegada se hallaba Roma la chica inmersa en un levantamiento cantonalista que a Olegario no le daba buena espina.

—Aquí no hay quien pare, padre —le dijo Olegario a Ian que a sus casi sesenta años no deseaba otra cosa que acabar de una vez, quizás para siempre, la escapada que hacía tres semanas ambos habían iniciado en Laguardia—. Pienso que deberíamos salir cuanto antes de la ciudad no vaya a ser que nos confundan con seguidores de Carlos VII. Con el dinero que hemos logrado sacar de Álava creo que podríamos llegar hasta Ávila, quizás incluso hasta Madrid.

—Olegario, ¿no te parece que ya va siendo hora de que nos detengamos? — respondió con cansancio increíble el aitá a lo que consideraba ensoñaciones de su hijo—. Si tú no quieres hacerlo, déjame al menos a mí aquí, estoy que no puedo más.

Con lástima, pero con inmenso amor miró Olegario a su anciano padre pensando que éste tenía razón, que ya estaba bien de deambular por caminos peligrosos llenos de salteadores en medio de una guerra civil entre españoles que amenazaba con acabar con ellos. Además ir a Ávila por el camino real donde los cristinos estaban apostados prestos a detener a cualquiera, sospechoso o no de ser partidario de los tradicionalistas, o del levantamiento cantonalista, eso daba igual, sería suicida. Por otra parte decirle al aitá que no iba a hacerle caso acabaría con él. Estaba, pues, Olegario inmerso en un auténtico mar de dudas.

 

Desde hacía mucho tiempo, desde siempre decían algunos, en Laguardia y sus alrededores los Yuste se habían dedicado a la ganadería ovina. Llegaron a tener poco antes de la primera asonada carlista, allá por 1830, más de 4000 ovejas de las que obtenían leche para fabricar quesos y lana en cantidad que vendían a viajantes catalanes que una vez cada diez o doce meses se acercaban a la casa y finca que el abuelo de Ian  había adquirido aprovechando las oportunidades y el desconcierto desatados en la zona durante el trienio liberal. En medio de grandes dificultades por la evolución de la política, pero más bien que mal, en el caserío Txillarre, nombre que el fundador le dio por el clima de la zona, frío, pero magnífico para la cría de ganado lanar, los Yuste fueron capeando el temporal. Una vez que el conflicto carlista vino a centrarse más en Cataluña que en Vascongadas, —así era como Ian, en ese momento ya cabeza de los Yuste, gustaba de nombrar a su tierra—, la familia se creyó fuera de las dificultades. Es más, con la guerra en Cataluña la pequeña explotación vasca (Txillarre – txiki) conoció un esplendor inusitado que les hizo acumular buenos ingresos con las ventas que hacían de lácteos y de lana a quienes desde Navarra y los señoríos vascos apoyaban el levantamiento catalán.

La suerte es tornadiza e igual que no hay mal que cien años dure, tampoco la felicidad es eterna ni puede uno dormirse en los laureles. En un momento de paz larga, cuando los cristinos, con la situación más o menos controlada, iniciaron las previsibles purgas de colaboracionistas como ellos, Ian y los suyos vieron cómo se les cerraba el grifo de la prosperidad. Fueron unos años de transición que siempre el patriarca y su ya adolescente hijo Olegario pensaron que pasarían, que todo se olvidaría y que las aguas volverían a su cauce. Sería suficiente con callar y a partir de ese momento no significarse con ninguna facción. Pero no era sencillo; y es que hacer negocios con carlistas, cristinos, isabelinos  y ahora, ya en el último cuarto de siglo, con los alfonsinos, no era fácil de explicar.

 

Olegario creyó que debían buscar un lugar donde pudieran reinventarse, un lugar donde no fueran mal vistos por unos u otros. Había que esconder el pasado y sobre todo no caer prisioneros de nadie. Por eso, en Salamanca meditaba: ir por el camino real, abierto a todos los peligros no era buena idea. ¿Y si fueran por la sierra? Seguro que la aspereza de la zona no favorecería el tránsito de animales del ejército arrastrando pesadas piezas de artillería. Sí, esa era la solución. Y así fue como Olegario y su ya muy débil padre arribaron en 1874 a Béjar.

La ciudad serrana había ya olvidado el levantamiento cantonalista que cuatro o cinco concejales habían impulsado. Parecía que la paz había llegado a la laboriosa ciudad castellana que desde tiempo inmemorial había tenido industria textil. La cabaña ovina que siempre existió en la sierra sirvió de base al negocio transformador de la lana; un negocio que en el XIX fue floreciente especialmente a raíz de que Isabel II hiciese a Béjar suministradora oficial de uniformes y prendas de vestir del ejército realista. Olegario pensó que sus conocimientos del negocio de la lana al que desde siempre se había dedicado su familia eran una magnífica base para asentarse en la ciudad e intentar prosperar en ella. Así, en 1875, en Béjar se inauguró la fábrica textil Yuste, proveedora de la Corona.

Hizo bien Olegario en elegir asentarse en Béjar evitando hacerlo en Ávila, ciudad que quedó semimuerta en esa época y que laboralmente se decantó por la ganadería y no por los telares. Estos fueron el terreno en el que los Yuste triunfarían desde que arribaron en 1875 hasta hoy mismo, día en el que Emilio Yuste, tercer Emilio de la saga Yuste, llora al ver cómo todo los esfuerzos familiares se acaban de ir por el sumidero de la historia.

Olegario, muerto Ian al poco de llegar a la industriosa ciudad, conoció a Emilia Olmedillo, hija de uno de los socios de una hilatura que desde hacía dos décadas surtía de paños y telas a la comarca. De los amores entre Olegario y Emilia nacieron varios retoños: algunos no resistieron las inclemencias climáticas del lugar muriendo pronto y otros, como el primero de los Emilios y sus hermanos, supusieron la base humana de lo que más tarde sería una empresa textil renombradísima.

 

—Parece que los obreros hablan de huelga —comentó Emilia a su marido, ya con bastantes años, y a su hijo Emilio que ahora dirigía la fábrica.

—Bah, no creo que se atrevan a hacerla —le respondió Olegario, mirando con autoridad a Emilio, quien desde chico dio muestras de poco carácter—Tú, por si acaso —dijo poniéndole una mano sobre los hombros al por el momento inexperto factótum empresarial— sé duro con ellos. No permitas que se te suban a la chepa. Has de saber que lo único que quieren es despojarnos de la propiedad. Ellos, que no saben hacer la O con un canuto salen ahora con eso de “Ni Dios ni amo”. Pues estamos aviados si dejamos de creer en los valores que nos legaron nuestros mayores. Antes de dejar la fábrica en sus manos la prendes fuego, Emilio. Fíjate lo que te digo.

Aprovechando el clima político general de España y su caciquismo rampante Emilio supo aliarse con los otros dueños de industrias textiles bejaranas y consensuar una solución al conflicto. La encontraron en una contrata con el ejército inmerso en esos años en múltiples conflictos. Se alió Yuste especialmente con Luis Izard experto en la confección de uniformes y más tarde con Pablo Farrás, catalán instalado en Béjar desde ya hacía años con muy buenos contactos en Manresa a través de familiares suyos dedicados también al textil. Los tres industriales lograron pacificar la revuelta con promesas de mejoras salariales gracias, según dijeron a los representantes de los trabajadores, de la próxima llegada del ferrocarril que serviría para sacar el producto de las fábricas y colocarlo pronto en los puntos de destino.

—¿Qué pasa, Pablo, con el ferrocarril? —preguntaban Luis y Emilio un día sí y el otro también a Farrás, quien tenía conocidos políticos en Madrid y empresariales en Cataluña—. Muchas promesas nos hicieron pero Sagasta, a pesar de ser ingeniero de caminos, sólo ha dado fondos para realizar un par de túneles. Ya va para diez años que nos prometieron el tren y…

—Sí, sí, ya lo sé —respondía el interpelado—. He preguntado a mis contactos en Madrid y me dicen que el presidente está más preocupado por los conflictos en Ultramar que ocupado con el desarrollo económico de esta zona. —Y prosiguió diciendo—: mis familiares manresanos me cuentan que a diferencia de aquí ellos están funcionando a todo gas, pues están recibiendo muchos encargos del gobierno central por la Guerra del Rif. El ferrocarril está haciendo que los negocios prosperen por allá espectacularmente.

—Pues quizás haya que ir pensando en cerrar la fábrica y marchar a Manresa, ¿no os parece? —intervino pesaroso Izard a quien las huelgas y la acumulación de telas sin darles salida lo estaban asfixiando económicamente.

—No, eso nunca —en contra de su habitual comportamiento, Emiio levantó la voz—. Creo que debemos de permanecer aquí. Todo pasará y todo mejorará… —y su voz fue apagándose revelando así su escaso convencimiento en lo que decía.

 

El tren no llegaría al lejano oeste español hasta 1896. El tiempo que pasó desde que se prometió, a principios de los ochenta, junto a la climatología que llegó casi a secar el río Cuerpo de Hombre, hizo que muchos empresarios cerraran sus negocios y se dedicaran a otra cosa o como Izard o Farrás fueran a unir sus fuerzas con las de los productivos manresanos. Emilio, sin embargo, permaneció al pie del cañón. Tras muchos años con enormes dificultades, su hijo, también de nombre Emilio, logró, una vez establecida la comunicación ferroviaria con Salamanca, un jugoso contrato de confección de uniformes con el ejército inmerso en muchos charcos internos y externos. También, como a todo el país, ser neutrales durante la Primera Guerra Mundial le supuso un alivio y mucho negocio al servir Emilio II uniformes a aliadófilos y germanófilos. La guerra y luego la reconstrucción de Europa hizo entrar mucho dinero en la caja de Manufacturas Yuste y en aquella otras que aguantaron como pudieron la sequía de agua y comunicaciones de fin del siglo anterior.

También en tren llegó a Salamanca desde Sevilla en 1936 un general golpista de nombre Francisco que sentó sus reales en el Palacio del Obispo y que desde ahí telefoneó a Emilio Yuste II:

—Quiero que me uniformes a todo el ejército nacional, Emilio. Y no acepto un no por respuesta. La cosa está muy mal y los catalanes aún no se han dado cuenta de donde está la verdad bendecida por el Cardenal Gomá. Pero caerán pronto; eso sí no pienso encargarles ni un botón hasta que no me reconozcan debidamente.

—Sí, mi general —respondía mecánicamente Emilio a todo cuanto el ferrolano, de escasa estatura en todos los sentidos, le iba diciendo—, sí…., sí… naturalmente… así debe ser…, claro…

Yuste S.L. se constituyó en esos años aciagos trabajando todo el proceso textil. Franco le brindó, gracias a sus contactos con Alemania, la posibilidad de adquirir la maquinaria más moderna del momento: abridores, procesadoras, hiladoras, telares y tejedoras. Con ellas pudo cumplir con los compromisos y contribuir a que sus fábricas bejaranas funcionasen a tope. La plantilla de sus plantas aumentó  extraordinariamente y Béjar fue agradecida con él nombrándolo alcalde, si bien en esa época los nombramientos eran digitales.

 

Hoy Emilio Yuste III llora al ver partir al último camión con la ‘Y’ gigante impresa en su lona. Es el final de una travesía. No hay guerras a las que subirse para medrar ni trenes o sequías a los que culpar. Hoy, mejor dicho, desde hace ya varias décadas, el enemigo es silencioso. Se llama globalización. Los productos se compran en cualquier lugar del mundo y los paños que vienen de China han arrasado el comercio textil y las industrias que les proveían de productos. El comunismo capitalista —paradoja de las paradojas— acabó con todo. También con Béjar, que competía en todo con Salamanca a la que recibía en los enfrentamientos deportivos con el “amistoso” lema de “La ciudad de Béjar saluda al pueblo de Salamanca”. Y es que Béjar fue durante muchos años del siglo XX y anteriores mucho más ciudad que Salamanca. Tanto era así que en la capital de la provincia cuando alguien caminaba por medio de la calzada se decía eso de “¡Hala, míralo por mitad de la calle, como los más ricos de Béjar!”.

La acción

Las puertas del estadio bullían de público. Los vendedores de bufandas y camisetas de los equipos local y visitante estaban haciendo el agosto: sus puestos estaban abarrotados. Cierto era que Unionistas no se iba a ver en otra: en el Sorteo de la Copa del Rey le había tocado jugar a partido único contra nada menos que el Real Madrid. ¿Sería posible ganar al equipo de la capital de España que tenía un plantel millonario de jugadores? ¿Jugadores de segunda preferente, que a duras penas lograban vivir sólo del fútbol, sabrían plantarle cara sin complejos a todo un primera división? El ambiente, la incógnita del potencial resultado, el frenesí pequeño-mercantil presente en los puntos de venta del improvisado mercadillo, los bares a rebosar donde el público –la muchachada principalmente- aprovisionaba sus cuerpos del pertinente grado alcohólico para sobrellevar con entusiasmo el encuentro… Todo invitaba al regocijo y al disfrute. Nada malo podía pasar en ambiente tan festivo.

—En cuanto lo veas salir, me avisas —me dijo con voz tenue pero suficiente Gorka—. No quisiera que nos sucediera lo que la última vez, cuando no pudimos hacerlo pese a tener todo a nuestro favor.

—No te preocupes, Imanol, esta vez será más sencillo. No es lo mismo hacerlo en una gran ciudad como Madrid o Bilbao que en Zamora, Huesca o aquí, en Salamanca, donde…

Imanol dejó de hablar al verse zarandeado por la masa de personas que quería acceder al campo antes de que se iniciase el partido. En la vorágine Gorka perdió de vista a Imanol, lo que le preocupó mucho pues,  para que la acción tuviese éxito, era necesario que todo funcionase como un reloj. Además, creyó que el servicio de seguridad encargado de controlar la entrada y el paso por los torniquetes se había fijado en él; pensó que su figura o su vestuario quizás llamase vivamente la atención o estuviese totalmente fuera de lugar. Una camiseta del equipo de San Sebastián en un partido Unionistas-Real Madrid, ¿a santo de qué? Pero no, todo había resultado ser imaginaciones suyas, producto de la tensión, seguro.

«Imanol, ¿dónde estás?», se dijo para sí mientras buscaba la fila siete de la grada sur, justo encima del túnel de vestuarios por donde los jugadores saldrían al campo.

—¡Ah, estabas aquí ya! —comentó con alegría Gorka en cuanto se percató de que yo estaba ya limpiando mi asiento—. Estaba inquieto por ti al haberte perdido de vista. Pensé que podrían haber sospechado algo y yo qué sé, que cualquier cosa te hubiera pasado.

—A mí me ocurrió lo mismo. Fue perderte de vista y comenzar a sufrir. Lo mismo te habían retenido, imaginé, porque qué quieres que te diga Gorka: ¡Mira que venir al Helmántico con una camiseta de la Real Sociedad! Debes de ser el único que ignora que no es lo mismo «el Real» que «la Real», por dios.

Gorka no pudo menos que sonreír. Era verdad. Venir a un enfrentamiento Unionistas-Real Madrid con un maillot blanquiazul denotaba desconocimiento, desinterés o insulto a los contendientes y a sus seguidores: unos, la mayoría de ellos, con la camisola blanquinegra y el torito; de blanco impoluto, los venidos de fuera. Muchos aficionados locales sentimentalmente tenían el corazón partido, al ser incondicionales del Real en la Liga de 1ª división y del Unionistas en la de la categoría en que competía la ciudad salmantina. Pero uno de la Real Sociedad, qué pretendía comunicar.

—¿Llamaste ya a Ione, Imanol?

—No, aún no. Estaba esperándote, no quería precipitarme. ¿Qué le digo?

—Pregúntale dónde ha dejado la bolsa con el material.

Ione había llegado a Salamanca con tan sólo 14 años procedente de Éibar. Sus padres, emigrantes en Euskadi desde antes de nacer ella, no habían querido que sus hijos se radicalizasen o que perdiesen el contacto con su tierra de procedencia. Es por ello que habían fijado esa edad, la de Ione en ese momento, como tope para regresar a la tierra que los vio nacer. Cerraron el bar que 25 años atrás habían abierto en la plaza de Untzaga y que mal que bien les había proporcionado unos dineros, a pesar de que la vida no les había resultado demasiado cómoda dado que ellos eran maketos, o así era como los llamaban los de la Erriko Taberna de la calle Isasi. En el instituto salmantino donde Ione ingresó conoció a Gorka e Imanol, hijos el primero de guardia civil y el segundo de Jorge, trabajador de la Cooperativa Mondragón hasta que Fagor, la empresa donde se empleó durante casi treinta años, cerró definitivamente. Ambos, cuando llegó Ione al IES Lucía de Medrano, ya estaban bien asentados en la ciudad del Tormes, donde llevaban al menos tres o cuatro años.

—Imanol, la bolsa de deportes se la tenéis que pedir a Manoli, la chica que atiende el bar de la zona de Tribuna —contestó Ione a mis requerimientos telefónicos.

—Pero a mí no me la dará —le dije algo nervioso—. No me conoce y dudará. Además no es cosa de ponerme a contarle mi vida en el bar que estará hasta los topes de gente pidiendo bocatas y refrescos. Será mejor que acuda Gorka. Ya sólo verle con la camiseta de la Real será una prueba más que convincente.

—Eso ya, vosotros mismos —me respondió Ione cerrando seguidamente la comunicación

Los servicios de vigilancia privada estaban más pendientes de lo que ocurría en la zona de los fondos y apenas si prestaban atención a quienes circulaban cerca de los vomitorios camino de los servicios o de los bares. Era el momento oportuno, pensó Gorka. Y así lo hizo; sin prisa, pero sin pausa, enfiló hacia la salida que daba acceso al distribuidor que comunicaba el fondo sur con la tribuna donde se encontraba el bar de Manoli.

—Dos bocatas de tortilla y uno de calamares —gritaba en ese momento Manoli al chico encargado de proveerle de bebidas y comida—. También dos coca colas cero cero y una cerveza sin alcohol. ¿Qué quieres? —le preguntó Manoli a Gorka sin siquiera mirarle la cara.

—Vengo a por la bolsa de Ione.

Manoli cesó en su ajetreo y miró la cara de quien tan extraña comanda había hecho. Al ver a un chico desconocido vestido con un maillot que estaba totalmente fuera de lugar su cabeza comenzó a atar cabos: Real Sociedad – Ione – País Vasco – Bolsa de deportes. Rápida como era de reflejos, en seguida pareció comprender, pasó a la trastienda y acercándose a la puerta baja que daba acceso a la barra le entregó a Gorka una bolsa de lona con la efigie de Mickie Mouse.

—Gracias, Manoli —se despidió Gorka, una vez que tuvo la bolsa en su poder—. Ya hablaremos.

Nada más llegar a la fila sobre-puerta de vestuarios por la que habían de saltar al campo los jugadores de ambos equipos y donde esperaba Imanol, con rapidez y disimulo procedieron ambos, sin dirigir la mirada a su interior, a toquetear con las manos el contenido de la bolsa de loneta. Allí dentro había prendas de tejido y algún objeto metálico. Al tacto la pieza de metal palpada se diría que era  grande y algo pesada; con la punta de los dedos, alternativamente tocaron el orificio de algo que bien podría ser… «Desde luego, madre mía, no creo que se le haya ocurrido a Ione complicar aún más la cosa», pensarían ambos, si bien cada uno formularía este pensamiento a su manera, dado que cada individuo es muy suyo para esto.

Las alineaciones se escuchaban por megafonía. A Gorka e Imanol les interesaba sobre todo la del Real Madrid. ¿Habría traído el míster a Viniçius a pesar de ser un partido teóricamente fácil? Si no lo hubiera traído, todo el plan tan minuciosamente trazado se les vendría abajo. «Y en el Real Madrid: Courtois, Carvajal, Militão, Rüdiger, Nacho; Camavinga, Ceballos, Kroos; Asensio, Rodrygo y Vini Jr.»

—Ha dicho Vini Junior, ¿no, Imanol? —me preguntó nervioso Gorka.

—Sí, sí. Eso me parece haber escuchado a mí —le contesté ya del todo fuera de mí, pues la acción habíamos de hacerla ya, sí o sí.

Sólo quedaba elegir el momento. Al principio, o sea, ahora mismo según que los jugadores salían al campo no parecía oportuno, pues los servicios de seguridad es cuando suelen estar más atentos y fácilmente podían anticiparse a su operación. Quizás al final del partido, cuando, según sea el resultado, los aficionados, satisfechos o con enorme disgusto, vayan desapareciendo del estadio engullidos por sus bocas de salida y los jugadores enfilen hacia el túnel de vestuario, fuera cuando debían ejecutarlo. Hasta ese momento no les quedaba otra que disfrutar todo lo posible del encuentro.

El partido discurrió por los cauces habituales. El argumentario futbolístico del Real era ya conocidísimo y no por ello menos preocupante; se llamaba remontada. Comenzó marcando Unionistas tras un corretear desmayado y desganado del Madrid por el campo. La sombra del alcorconazo volvió en vuelo rasante a cernirse sobre el campo del Helmántico. La afición local no se lo podía creer y los desplazados desde la capital para ver a su equipo tampoco. Los minutos iban pasando y el conjunto merengue era incapaz de colocar el balón dentro de la portería salmantina. «¡Gol, gol! Por fin el equipo blanco ha podido introducir el balón entre los tres palos. Pero, ¡lástima!, ha sido gol en propia puerta». El desastre se había consumado o estaba a punto de consumarse, pues apenas si quedaba tiempo para volver el resultado del revés. ¿Qué más podría ocurrirles a los blancos?

Sonó el pitido final. El campo seguía con todos los aficionados del Unionistas en él, agitando satisfechos al aire sus bufandas blanquinegras. Mientras los jugadores charros agradecían al público su apoyo, los once del Real Madrid, cabizbajos, pusieron rumbo hacia la embocadura de los vestuarios. Allí encima Gorka e Imanol con rapidez al ver que las estrellas galácticas, hoy algo fundidas desde luego, se acercaban e iban a pasar bajo donde ellos se encontraban iniciaron la maniobra tantas veces ensayada en casa. Imanol, con soltura y maestría, metió las manos en la bolsa de loneta que Gorka, ágil por demás, le ofreció ya abierta. Apenas fueron unos segundos los que Vini Jr tardó en acercarse hacia las extremidades superiores de Imanol que, proyectadas hacia abajo, sostenían en una mano una camiseta blanca con el número 20 a la espalda y en la otra un pequeño objeto metálico con el que le apuntaba de manera imperiosa al tiempo que acompañado por Gorka para ser mejor escuchados gritaban

«¡¡Vini, Vini, por favor. Fírmanos la camiseta!!»

Ensoñación

El ruido de las bombas al caer era cada vez más tenue. En el refugio varios niños jugaban al Corre_que_ te_pillo con afortunada indiferencia hacia el cataclismo que desde hacía meses, y sin haber sido pronosticado, se precipitaba sobre la zona. Nadie sabía a ciencia cierta por qué pasaba lo que pasaba. Iván se encontraba en aquel sótano debido a su edad: tenía más de sesenta años y los militares no lo habían aceptado, le dijeron que mejor sería que se ocupase de la defensa civil. Y en eso estaba, en la defensa, mejor sería decir en el cuidado  de los no militares. Entre ellos estaban, naturalmente,  esos niños  que jugaban a la guerra y sus madres que, asustadas, les preparaban el almuerzo con lo poquito que Iván había podido conseguir.

De nuevo el ruido. No, sí, algo, más bien un rumor…, soñera, sopor indecible, respiración ahora tranquila, profunda…

El guirigay era tremendo, un ronroneo que iba a más, más y más, hasta hacerse insoportable. Era el momento de prepararse para lo peor y lo peor era… “¡Noooo, no, no, por favor, no!”. Tras el angustioso grito, todo volvió a la calma. No había sonido alguno, todo era silencio. En la habitación donde reposaba Alberto la tranquilidad era absoluta a pesar del murmullo y los bisibiseos que desde el pasillo  llegaban hasta sus oídos. En su duermevela imaginaba que las enfermeras estarían hablando de él, de la situación crítica en la que con seguridad se encontraba. Unas risas apenas contenidas  que llegaron hasta sus oídos le hicieron pensar que quizás se equivocaba, que quizás no estaban comentado su terrible situación, que quizás…

De repente todo cesó, se disolvió, acabó…

¡¡Riiinnngg, Riiinnngg, Riiinnngg!! Un golpetazo acabó con el desagradable  sonido del despertador. Tan fuerte fue, que su mano izquierda quedó dolorida para el resto del día. Eran las 7:30 de la mañana. ¡Qué sueños más raros había tenido! A veces, sobre todo cuando era más joven, solía tomar nota de los mismos para no olvidarlos y más cuando, como en esta ocasión, eran de lo más extraño: guerra, niños jugando, hospital, enfermeras… Acabó de escribir sucintamente lo que recordaba y ya más despierto se metió bajo la ducha. Iba a ser un día de mucho trabajo, la verdad es que últimamente todo se le acumulaba. Tener que seleccionar personas nunca es tarea grata del todo. Pero era su trabajo. Llevaba en el departamento de Recursos Humanos de esa multinacional desde hacía ya mucho tiempo y hasta el momento no podía decir que le hubiese ido nada mal. El alma se le había encallecido un tanto, eso sí, pero es lo que hay, son lentejas que si quieres las tomas y si no las dejas. Él había decidió tomarlas, era evidente.

Durante el viaje en metro hasta su trabajo, Nicolás no lograba quitarse de la cabeza los elementos de su ensoñación: La guerra, las enfermeras, el hombre ya entrado en años, los niños inocentes, las madres pesarosas… ¿Querría todo esto decirle algo? ¿Alguna información secreta se escondía bajo estas imágenes oníricas? Lo mejor sería dejarlo estar. Sí, no pensar en ello sería lo mejor, pero esas bombas, esos niños, el hombre, ¿se llamaba Iván?…

El departamento de Recursos Humanos de la Fábrica Santa Bárbara lucía hermoso bajo la suave luz solar, que impregnaba de dulzura los despachos donde Nicolás y otros compañeros como él realizaban su trabajo. Ese día tocaba seleccionar comerciales expertos en mezclas químicas que mejorasen los productos que, desde hacía años y con gran éxito en el mercado mundial, producía en masa Santa Bárbara. La individualización del artículo había sido un hallazgo. Desde los lugares más distantes del mundo se los estaban quitando de las manos, la verdad es que no daban abasto.

El puesto a cubrir era el de delegado de ventas para el exterior. De los cinco candidatos que optaban al mismo, Nicolás, tras las preguntas de rigor, decidió que ese chico de veintisiete años —Alberto, creo que se llamaba— era su favorito para ocuparlo: don de ventas, conocimientos químicos, sabedor de los efectos colaterales y/o secundarios del producto, elogio sincero de las mejoras incorporadas al mismo… Todo hizo que en poco más de dos horas quedase decidida su incorporación a la empresa.  Sólo faltaba comunicarle a Alberto, el elegido, el lugar donde desarrollaría su cometido. Alberto aceptó sin el menor asomo de inquietud o duda. La verdad es que todo estaba bien; cierto era que el producto de marras era algo peligroso, por decirlo de manera suave, pero sus destinatarios eran gente de paz, así que no se corría riesgo alguno.

Pasado un tiempo, medio año o algo más, Nicolás no podía borrar de su cabeza la sensación que le embargó, durante la ya lejana conversación, de no serle Alberto desconocido del todo; es más, se decía a sí mismo, “creo conocerle sobradamente”. No sabría decir qué, pero algo había visto en ese chico jovial y dispuesto, incorporado a su puesto de trabajo en un remoto destino,  que le inquietaba. La loca de la casa, su imaginación desbordada, a veces se dedicaba a andar por libre y le sucedía esto: la confusión total, la mezcla que hacía indistinguible lo real de lo no real o ficticio. Escribir, ser o creerse escritor, tiene estas cosas: caos total en la azotea.

¿De dónde vienen las ideas que luego plasmamos en el papel? ¿Viven las revelaciones de lo ignoto, de lo inexistente aún en nuestra mente, en el sueño, en la anticipación, en el espíritu ajeno a la dimensión espacio temporal que el raciocinio humano exige? Quizás ahí estuviera la explicación de esta confusión, del embrollo mágico, fantasmal, que Nicolás padecía. Pero ¿qué tienen de sobrenatural las bombas, los misiles que por cientos caen sobre esas cabezas intuidas, apenas bosquejadas, en ese sueño donde habitaban niños, Iván, enfermeras…? Imposible ordenar lo anterior y lo interior del mismo, lo perteneciente al caos, si bien bastaría una chispa, un destello, para que todo se iluminase y se mostrase con nitidez en su mente. Tal chispazo se produjo en nuestro escritor, responsable de Recursos Humanos en esa multinacional prestigiosa, visionando unas imágenes de esa guerra no prevista que machacaba ciudades con miríadas de bombas groseras, que mutilaba personas a base de individualizados y muy mejorados productos que vendedores cualificados como Alberto habían sabido colocar en mercados distantes. Sí, todo ahora cobraba sentido, tenía un orden. ¿Sabría él plasmarlo sobre el papel?

Gran teatro es el mundo

 Y en este mundo en conclusión
 Todos sueñan lo que son
 Aunque ninguno lo entienda
 (soliloquio de Segismundo)

 

Casualmente o no, Adela, cuando a medianoche salió de su habitación para ir al baño, se topó con Mauricio, quien, urgido de una irresistible micción, había salido de su habitación en gayumbos. De un tiempo a esta parte sufría de incontinencia urinaria, algo que naturalmente había ocultado a los compañeros de la Residencia.

— Joder, Mauri, menudo susto me has dado. Ya podías encender la luz o hacer más ruido —le espetó.

—Coño, Adela, ¿qué haces a estas horas apatrullando la Casa?

—Ja, ja, ja…, Mauri, cómo eres. Eso mismo podría preguntarte yo a ti. Además, veo que no vas de tiros largos, precisamente.

—No…, ya…, sí…Es cierto. Pero no te preocupes, Adela,  que me pongo algo enseguida.

—Oye, por mí no lo hagas, que a mí me da igual. Y déjame que tengo que ir al baño.

 

Jó, tía, no me jodas, con las ganas que tiene ella de tirárselo y va y deja pasar la ocasión. Creo que esta Adela está gilipollas”, fue el comentario general que calladamente resonó en todo el país. El experimento antropológico que por primera vez se estaba desarrollando en España tenía abducida a la ciudadanía.

«¿Será posible que doce personas de ambos sexos, jóvenes y sin prejuicios, sepan convivir en una casa durante unas semanas sin problema alguno?».

Los días previos a la emisión, esta frase y otras semejantes se utilizaron de cortinilla para marcar la entrada o final de los bloques publicitarios en esa cadena televisiva que, harta ya de perder audiencia, tras unos shares nefastos en programas en los que habían invertido mucho dinero y trabajo creativo, buscaba salir del bache y remontar.

 

«La cultura, la educación, el saber estar… ¿lograrán refrenar los impulsos primarios de estos jóvenes rebosantes de hormonas?».

— Por dios, Andrés, ¿no irás a colocar este mensaje en la promoción del reality? Me parece de todo punto intolerable. Es más, te diré que si lo haces podemos entrar en colisión con los códigos de autocontrol publicitario que acabamos de suscribir. Ten en cuenta que hasta las nueve o diez de la noche la ley nos exige proteger a la infancia de contenidos o mensajes lascivos, ambiguos, o que puedan comprometer su natural desarrollo intelectual —avisó Javier ante la anuencia de la junta directiva de la cadena en crisis.

—Pues ya me diréis qué hacemos, chicos. O eso o ya puede cada uno ir tanteando ofertas en Infojobs. La cosa está, como todos sabéis, muy jodida. Debemos lanzarnos a la piscina. Los socios italianos han dado ya un aviso al Gran Jefe, o remontamos o simplemente la empresa se declara en quiebra y tras los obligados pasos legales nos vemos todos en la puta calle. Lo repito bien claro: ¡¡En la PUTA calle!!

Un silencio culpable se apoderó de la sala de reuniones. Las pantallas de televisión que había en ella vomitaban lo que la cadena del grupo y sus rivales estaban en esos momentos emitiendo. Lo que más interesaba al Consejo Rector de la empresa era la capacidad de atracción publicitaria que tenía la competencia. De un tiempo a esta parte se la llevaban de calle; algo debían de estar haciendo ellos muy mal para que Cadena Península estuviese subiendo como la espuma cuando siempre habían sido unos negados.

—Habrá que arriesgarse, amigos. La sociedad en la que vivimos está hipersexualizada, eso es evidente. No creo que por mostrarla tal como es, en vivo y en directo, vaya a inmutarse nadie. Es más os recuerdo que si por rankings de audiencia es, quien en su día los obtuvo mayores fue Canal+ cuando a altas horas de la madrugada ponía películas subiditas de tono para suscriptores —comentó en voz alta Andrés, CEO de la cadena desde hacía unos meses, contratado justamente para conjurar el declive que la misma había iniciado.

—Pero la nuestra es una cadena en abierto, que se sostiene gracias a la publicidad. No tenemos suscriptores que valgan. Necesitamos programas que atraigan a la audiencia y de rebote sean atractivos a empresas para que nos encomienden la publicidad de sus productos.

—Lo sé, lo sé, Ramírez. No soy tonto. Lo que os quiero decir es que hasta los no suscriptores, cuando se emitían esas pelis calentitas, encendían sus aparatos de televisión y miraban la pantalla de nieve que velaba las imágenes. Incluso sin la nitidez necesaria se sentían atraídos por lo que vislumbraban bajo esa molesta neblina. Y eso Canal+ lo sabía.

Ramírez y el resto de consejeros asintieron a las palabras de Andrés mirándose unos a otros. Era verdad lo que éste acababa de manifestar, pero ¿no habían hablado hasta la saciedad en el nacimiento de la Cadena de deontología, compromiso ético, voluntad educadora, etc., etc.? Un fortísimo «¡¡Es la economía, estúpidos!!» resonó en la sala. Y ahí acabó la reunión.

 

A los dos meses de programa diario con cámaras vigilando por toda la Casa el encierro de los doce conejillos de indias, el canal televisivo en problemas vio que sus índices de audiencia crecían como la espuma. Ver a seres humanos deambular cual hámsteres en un reducido espacio realizando sus elementales necesidades vitales atraía al personal. Los doce jóvenes comían, se aseaban, satisfacían sus urgencias fisiológicas, dormían a pierna suelta, hablaban de cosas diversas según la heterogénea preparación de unos y de otros a quienes la productora del programa había seleccionado debidamente. En ese grupo humano había de todo: el intelectual, el tímido, el pijito, el ambiguo, el hetero irreductible, la feminista, la tradicional, la lanzada, la espabilada, etc., etc. Lo que era evidente es que los televidentes aguardaban expectantes el día en que la realización del espacio decidiese dar a las ondas los enamoramientos, emparejamientos y, por qué no, algún que otro revolcón que allí hubiese acaecido

 

Álgido punto de discusión en el seno de esa junta directiva cuyas decisiones  tanto bien habían hecho a la empresa fue el del vocabulario a emplear. Era esto asunto primordial pues es a su través que se llega al espectador y se logra empatizar o no con él.

—Yo creo —dijo Adela en una de las reuniones—, que para no perder audiencia debíamos admitir que los chicos utilicen unos términos u otros de manera que estos resulten acordes con sus niveles socioculturales de procedencia. Así, Noemí, dada su imagen de chica divertida y bien educada ,nunca dirá “follar” y sí “echar un kiki”, por ejemplo.

—Y al Johnny, que se ha mostrado como un atractivo macho macho muy machista, diría yo —intervino Andrés— le cuadran expresiones como “tirármela” o “follármela”, ¿no os parece?

—Sí, me parece bien, siempre que esos momentos se produzcan en horas tardías. Durante la madrugada, por ejemplo. Y que las palabras se disimulen un poquito haciendo ver al espectador que la emisora no es responsable del habla de estos chicos extraídos de manera azarosa del caldo social.

Fue Ramírez quien así habló al tiempo que por la expresión de su cara parecía estar pensando: “¡madre mía, el follón en el que estamos metidos! ¿Será posible que haya que reducir a la persona a esto para sacar beneficio económico?”

 

Mauricio, el ambiguo, y Adela, la tradicional, se volvieron a encontrar varias veces en esas excursiones nocturnas que hacían al baño. Con el paso de los días y ante las coincidencias sucesivas, buscadas o no, ambos fueron sintiéndose cada vez más a gusto. Salir del dormitorio común donde los micros de enorme agudeza auditiva y las cámaras con su ojo de cíclope buscaban captar en los chicos y las chicas esa palabra, ese gesto, ese descuido en la vestimenta que descubriese más anatomía de la habitual, les hacía a ellos mucho bien. Los realizadores no prestaban mucha atención al pasillo pues allí sólo se producía, creían, el apresurado paso hacia los baños donde no había cámara alguna.

 

Había llegado la hora de las expulsiones de la Casa. La participación de la audiencia en el desarrollo del Programa era parte importante.  Se venía a decir así al espectador que la democracia participativa estaba también en la vida diaria, incluso en la posibilidad de tomar decisiones en la oferta de ocio al estilo infantil de esos cuentos de ‘Construye tu propia aventura’. Sólo faltaba para que la cuenta de resultados fuese más que saneada que en el engaño interviniesen los denominados poderes públicos. «Si algún político del signo que sea interviniese alguna noche en el debate que se hace una vez  a la semana sobre lo sucedido en la Casa, creo que habríamos consolidado y garantizado la duración del invento»

Y como los deseos más sinceros y escondidos son órdenes para los mandamases que no se sabe cómo se enteran de todo, un día, ¡casualmente!, el teléfono abierto que el programa ofrecía para la participación de los espectadores dio entrada al político. Como se decía antaño, cuando los atentados terroristas, aquello fue un salto cualitativo. Desde ese momento la política real entró en el divertimento público. El resto de cadenas temerosas de perder audiencia comenzaron a realizar en prime time programas de entretenimiento en los que los políticos participaban. «Perfectamente, alcalde -o presidente, o concejal, o diputado- Pérez. Pero no me lo responda ahora, dejémoslo hasta que volvamos de la publicdad».

¡Maravilloso! Se había producido la cuadratura del círculo. Se había cruzado la frontera serio-frívolo, juicioso-irresponsable, digno-innoble, privado-público. El Reality-Show con mayúscula acababa de nacer y todos participábamos en él. Bueno, todos no, Adela y Mauri habían conseguido que la democracia participativa los expulsase de la Casa. La verdad es que su actitud, reconocieron todos, era algo insolidaria y eso no se podía consentir. Apenas si las cámaras se ocupaban de ellos; en realidad eran algo sosos y parecían hasta normales. Afortunadamente se impuso la cordura y sin ellos el espectáculo continuaría inamovible por los cauces establecidos.  ¡Viva!

Política ficción

Que vivimos en una realidad virtual es algo que cuando jóvenes nos advertían los mayores. Naturalmente uno desdeñaba estos avisos pues los viejos, ya se sabe, están siempre viendo catástrofes y demonios por doquier. No te digo ya cuando, considerando la deriva que seguía el mundo, la sociedad o el país en que nos encontramos, nos prevenían de los peligros en que podríamos incurrir o nos recordaban el pasado: sí, ya sabéis, esas cosas que dicen que ocurrieron años antes de que naciéramos, o sea, cuando inexplicablemente el Mundo ya estaba puesto en pie y eso que aún nosotros no habíamos llegado a él.

Toda esta larga introducción viene a cuento del sesgo que la política está tomando entre nosotros. Al ejercicio de la misma de siempre se han dedicado no pocos teóricos, en especial profesores y otros intelectuales que gustan de discurrir en su magín e imaginar evoluciones y cambios que sólo podrán realizarse gracias a sus magníficas dotes para la misma. El grueso del ejército político está formado por funcionarios, licenciados en leyes y juristas en ejercicio. Últimamente entre los funcionarios hay muchos profesores universitarios, en especial provenientes de las facultades de Ciencias Políticas y Sociales.

Cuando veo cómo se mueven y actúan estos neófitos con gestos de impostada grandilocuencia y cómo constantemente rememoran lo acaecido en España durante la década de los años 30 del siglo pasado no puedo por menos que pensar que estos chicos de en torno a los cuarenta años de edad -ahora se es chico, muchacho, joven, chaval, hasta edades bastante avanzadas- lo que están haciendo es una especie de ejercicios al estilo de esas prácticas que en la universidad proponían a sus alumnos.

Experimentar, innovar, cambiar, ensayar, teorizar…, todo eso es consustancial al ejercicio de la práctica política. Lo malo es cuando se presenta envuelto en giros argumentales al estilo de exitosos seriales televisivos que, se está comprobando, son su alimento principal junto a apolillados volúmenes de trasnochada teoría política socio-económica. Qué daño han hecho -y están haciendo- en ciertas cabezas inmaduras series como Juego de tronos, El ala oeste de la Casa Blanca, House of Cards o la magnífica Borgen.

Parece mentira que personas a las que queremos creer mentalmente bien formadas no alcancen a vislumbrar los límites que existen entre lo ficcional y lo factual. Malicio que sí lo saben pero que su intención es explotar la indefinición de fronteras que al respecto tienen muchos de aquellos que las ven. Los y las Belén Esteban de turno han sido sustituidos ahora en los platós televisivos por políticos y periodistas poco independientes que en prime time acaloradamente discuten, se insultan, casi llegan a las manos por, teóricamente, apoyar unos u otros planteamientos políticos. Al convertir la política en espectáculo de masas, los ciudadanos -algunos utilizan la expresión ‘la gente’- la integran en su cotidianeidad y disfrutan con los zaskas que se dan unos a otros añorando ser convocados a manifestarse en la calle por cualquier motivo o a las elecciones que sean para sentirse vicariamente protagonistas.

¡¡Y que en un país taurino no nos demos cuenta del tremendo engaño y de quienes lo tremolan ante nuestras narices!! Quizás esto explique que la fiesta de los toros esté en horas bajas.

Elegir

Vivir es un ejercicio constante de elegir entre opciones o posibilidades. Estas elecciones son la base de la libertad. Somos libres, nos decimos libres, nos creemos libres simplemente porque elegimos. Elegimos amistades, elegimos estudios, elegimos trabajo, elegimos pareja, elegimos ser padres, elegimos administradores de la finca donde vivimos, elegimos… Sí, constantemente elegimos. La pregunta que me hago es la de si cuando opto por algo dejando otras opciones afuera estoy siendo libre en sentido pleno. Aquí ya tengo mis dudas.

Creo que como en tantas otras cuestiones me engañan en las elecciones. Las amistades, cuando somos niños, más que elegidas son inconscientes tablas de salvación a las que nos aferramos para evitar la temida soledad; sólo cuando vamos creciendo nos desprendemos deliberadamente de algunas por su toxicidad o por su irrelevancia para con nosotros. En la elección de formación hay demasiada conducción por parte de nuestra familia, de nuestros educadores e incluso del conjunto de la sociedad que entiende que es el momento de más médicos, más fontaneros, más informáticos, menos pilotos de aerolíneas o menos azafatas de congresos precisamente porque los congresos han desaparecido, los hospitales están a tope, los viajes en avión son algo que se practicaba con gusto antaño, el mundo digital es una realidad no sólo virtual sino muy tangible y, desde luego, que llegue y siga saliendo agua por los grifos de nuestra casa-prisión-refugio es no sólo importante sino absolutamente necesario.

Incluso la elección de pareja está subordinada no pocas veces a una serie de tangibles circunstancias que muchas veces escapan a nuestro control y casi siempre a nuestra racionalidad. Sin embargo que suceda tal cosa cuando se tocan los terrenos del afecto me parece fantástico. En un mundo en el que primamos la dirección racional en todo, que en lo más importante sea la pasión irracional la que empuje nuestro obrar es maravilloso. La elección de aquella persona que va a dirigir la finca donde vivimos durante un período fijado de tiempo se diría que es libérrima aunque viene supeditada dicha optatividad por los requisitos fijados en los estatutos de la finca y a lo decidido por los miembros comuneros en cuanto a posibilidad de la elección, imposibilidad de renuncia al cargo, orden de prelación , etc., etc,

Muy semejantes a la elección de Presidente de la Comunidad de Vecinos vienen a ser esas otras elecciones, digamos, más políticas. Sí, me refiero a las elecciones de los administradores de las Fincas Grandes donde vivimos, o sea, nuestras Comunidades Autónomas o/y la que suponemos engloba y acoge en su interior a éstas, es decir, España. Mi pregunta es: ¿somos libres de elegir a quienes durante cuatro años seguidos van a señalarnos las lindes por donde hemos de conducirnos? Si los electores somos libres de hacerlo como no se cansan de manifestar los elegidos, ¿cómo casa eso con afirmaciones como las que se lanzan irrespetuosamente a la cara unos a otros sobre que determinadas opciones políticas no volverán a tener representación en el Parlamento?¿Es que son adivinos o es que van a establecer condiciones que coarten a los ciudadanos la libertad de elección? ¿No debería de ser al revés: que sean los ciudadanos quienes con el ejercicio de su libérrimo voto establezcan quienes se sientan en esos escaños y quienes no?

Creo que a las personas que sostenemos el tinglado con nuestro esfuerzo diario y que en nuestra vida personal nos vemos constreñidos por un sinfín de apreturas y dificultades no se nos debiera tratar de idiocia como hacen aquellos que están ahí por gracia nuestra. No me parece de recibo que los gobernantes convoquen comicios sólo cuando las encuestas electorales les favorecen y pretendan escabullirse de los condicionamientos legales que ¡ellos mismos! establecieron en su día. A eso lo llamo yo manipulación y fraude. Creo que si por definición ya mi voto personal vale muy poco diluido en el café de los millones de votos que entran en la taza electoral, al menos debiera procurarse no engañar al Cuerpo Electoral y quienes lo formamos estar atentos y no dejarnos confundir por la incontenible, vana y vacía de contenido verborrea de algunos.

¿Bilingüismo o diglosia?

Durante mis casi 40 años de docencia constantemente he insistido a mis alumnos en lo importante que es en un país multilingüe como el nuestro defender el bilingüismo frente a la diglosia. Ser una nación en la que se hablaban cuatro lenguas -les decía por entonces- era una riqueza cultural que debíamos de defender y preservar entre todos. Quizás hoy hacer este discurso fuera más difícil habida cuenta de que ahora mismo quien más quien menos se apunta al carro idiomático-identitario y surgen por doquier hablas, falas, bables, etc., por eso de sacar réditos a la cosa.

Por entonces en la sala de profesores frente a otros colegas más renuentes defendía yo la necesidad de que en España en alguna Ley de Educación algún gobierno estableciese la obligatoriedad para todos los alumnos de, en algún momento del curriculum, estudiar alguna de las otras tres lenguas no oficiales para toda España. Pensaba yo, y lo sigo pensando en la actualidad, que tal estudio crearía lazos de unión más fuertes entre todos y sería una buena receta para luchar contra las fuerzas centrifugas sin caer en el centralismo. Como se ve nadie me oyó, lo que es lógico dada mi insignificancia; lo más grave en mi opinión es que a ningún político de los cientos y cientos que tenemos y hemos tenido se le haya pasado por la cabeza una propuesta semejante.

La única propuesta que creo recordar se ha hecho en alguna ocasión respecto al conocimiento de estas otras lenguas regionales ha venido de la mano de algún partido nacionalista propugnando el estudio de su idioma fuera de su autonomía por todos los españoles. Esta idea claramente supremacista surgía ya condenada a un buscado fracaso a fin de alimentar el agravio secular. Al ser rechazada se venía a poner de relieve una vez más el pretendido aplastamiento de la identidad de una zona de España la cual tenía la obligación de conocer el español o castellano y el derecho a usarla mientras que el resto de nacionales no tenían tal obligación respecto a la suya.

Para paliar en la medida de sus intereses esta igualdad bilingüe dentro de sus zonas los políticos regionales de turno, nacionalistas las más de las veces, practicaban la diglosia frente al bilingüismo. Quiero decir que bajo una serie de vocablos, subterfugios o mera palabrería venían a promover el uso de la lengua regional frente a la española con disculpas diversas muchas veces contradictorias: integración, inmersión, inclusión… Pero lo que en el fondo transmitían era que con el idioma regional se alcanzaban mejores metas dentro de esa zona geográfica. O sea, se estaba impulsando la diglosia, que no es otra cosa que provocar en una zona con dos lenguas el uso de una u otra por motivaciones extralingüísticas.

Hasta ahora los estatutos de autonomía respectivos y las leyes de educación en vigor hablaban de bilingüismo y no de preeminencia, si bien como es lógico en cada territorio se defendía el uso vehicular de la lengua propia en la enseñanza. Sin embargo, parece, por lo que los medios transmiten, que en la nueva Ley de Educación que, como no podía ser menos en cualquier gobierno que se precie, se está gestando a la sombra del debate de los Presupuestos, desaparece la consideración del castellano y de las otras lenguas cooficiales como vehiculares en la enseñanza; de esta manera, sotto voce, se expulsa por Ley al castellano de la enseñanza habida cuenta de que los estatutos de autonomía sí que hablan de que la lengua propia de la autonomía lo es en ese ámbito.

Así que, a estas alturas de mi película vital, constato que lo predicado por mí durante años a los alumnos en clase -bilingüismo frente a diglosia- ha dejado de ser ‘verdad’ o al menos pertinente en estos momentos. Se defiende la diglosia sin nombrarla y se castiga el bilingüismo al eliminar la equiparación vehicular de las dos lenguas habladas en la comunidad respectiva. En mi opinión es un ladrillo más en el muro no de la identidad pues los muros -ni siquiera los de Trump- nunca son identitarios, sino en el de la distancia entre ciudadanos dentro de un mismo país. Cuantos menos elementos comunes compartan los unos y los otros más fácil será el corte, la separación definitiva. Porque si no es así, ¿a qué estamos jugando?

Vencer a base de eslóganes

No sé si de una p*** vez saldremos vencedores de la pandemia contra la que desde hace siete meses ¿luchamos?. Las armas empleadas al tratarse de cuestiones científicas es lógico que escapen a nuestro conocimiento. Sin embargo al ver cómo en las distintas oleadas los hospitales se iban o se van colapsando y constatar que las camas UCI son ocupadas por los pacientes una media de 21 días alcanzando algunos categoría de noticia televisiva al salir de ellas nada más y nada menos que a los 120 no se puede por menos que exclamar: ¡Madre mía, así no hay quien pueda descargar de enfermos hospital alguno!

Afortunadamente (intúyase aquí el tono irónico) los políticos desde sus asépticos y soleados despachos también luchan denodadamente contra la invasión invisible que es la COVID19. Así lo han hecho durante el verano, atentos siempre a mejorar la vida ciudadana, si bien, claro, tras unas merecidas vacaciones buceando en aguas cristalinas, yendo airosos en moto, tostándose al sol en nuestras desabarrotadas playas… Las vacaciones son irrenunciables, eso lo sabemos todos, faltaría más.

De regreso al tráfago citadino se han topado con que el Coronavirus, desatento como no hay par, no sólo no se había ido de vacaciones sino que había conquistado muchas de las plazas UCI y de las plantas de hospital que en abril y mayo había perdido. Había, pues, que retomar el esfuerzo aparcado y así lo han hecho. Igual que los procesadores de portátiles y smartphones conocen sucesivas generaciones que los van mejorando adecuándose a las nuevas necesidades, nuestros mandamases han seguido creando nuevos eslóganes ante los que el virus maldito sabemos de buena tinta tiembla como niño que se sabe perdido.

«Este virus lo paramos unidos«, uno de los iniciales dio paso a un convincente (¡?) «Saldremos más fuertes« y otros de este jaez para llegar a un último «España puede«. Los ciudadanos ante esta realidad nos miramos atónitos unos a otros al ver el estado en que estamos inmersos y al que nos ha conducido el despropósito organizativo de nuestros dirigentes que fácilmente se resumiría en el «¡Sálvese quien pueda!» que ya constatamos durante las primeras semanas del Estado de Alarma y mando único, reconvertido ahora en mando descentralizado, o sea, en 17 mandos distintos en «co-gobernanza» (véase el palabro) -dicen-con el Gobierno central.

Lo duro y evidente es que no mejoramos, que todo se nos va en verborrea, en palabrería. Pasamos sin solución de continuidad de un ‘Somos los mejores en…’ a un ‘Somos los peores en…’. No tenemos término medio, no somos ecuánimes, no somos solidarios, demostramos un comportamiento infantil de mucho preocupar: si me prohíben hacer tal cosa, ya procuraré yo saltarme la norma; y si no me prohíben algo que sé peligroso para mí o los otros ¿por qué no voy a hacerlo? Terrible.

Recuerdo de mi juventud salmantina los eslóganes fijados con sangre de toro que existían en el exterior de las catedrales y otros monumentos señeros. Concretamente en la Catedral Nueva, al modo de los Vítores que durante el Renacimiento los universitarios salmantinos al licenciarse hacían colocar en las fachadas de sus casas, escuelas universitarias o iglesias y catedrales, lucía uno referido al dictador Francisco Franco que en macarrónico latín rezaba: «Franciscus Franco, Miles Gloriosus,». La ignorancia en cuestión de eslóganes es muy atrevida y los aduladores franquistas ignoraban que en su afán de halagar estaban tildando al Generalísimo de «Fanfarrón«, algo por lo demás nada equivocado, desde luego.

Quizás este adjetivo sea consustancial a lo español como se vio durante la época imperial en que los soldados de los tercios que se paseaban por Europa era calificados de ‘bizarros‘, adjetivo con el que, en sentido trasladado, se les quería tildar de ‘arrogantes’, ‘vanos’, ‘presuntuosos’, etc., aunque ellos lo entendiesen en el sentido recto de ‘valientes’ o ‘esforzados’. Creo que en estos momentos aciagos está emergiendo lo que nunca ha desaparecido de nosotros: nuestra presuntuosa arrogancia vana e inane que ante las dificultades echa mano de estéril palabrería a la espera de que escampe el temporal. Qué le vamos a hacer. España y yo somos así, señores.

¡y vuelta la mula al Trigo!

Creíamos que teníamos todo controlado. Es evidente que esta creencia no se avenía con el concepto de la denominada Nueva Normalidad. Si la normalidad se entendía como novedosa ¿cómo coños íbamos a tener todo controlado? Esa creencia es propia del pensamiento antiguo. Está claro que el COVID19 amén de mal bicho ha venido para poner boca arriba todo, todo. Valga hacer un breve repaso:

Todos esperábamos, como consecuencia del drástico confinamiento sufrido, que todo estaba bien controlado aunque hubiese algunos rebrotes puntuales. ¿Algunos? Pero ¡cómo, si a principios de mes ya rondábamos los 600 y hoy mismo andamos por los 837 brotes (1181 focos) la mayoría de éstos de categoría comunitaria, o sea, incontrolables!

Todos confiábamos en esa juventud que tan bien se portó con sus vecinos durante el confinamiento haciendo la compra a los mayores, ayudando en las asociaciones y/o parroquias que repartían comida a familias necesitadas… ¿Y ahora? Pues ahora -parece- son responsables de no pocos contagios al participar en  botellones multitudinarios o en after hours en los que gentilmente el Dj de turno rocía con bebida alcohólica expelida desde su boca a un sediento auditorio juvenil que lo jalea hasta la afonía demandando más y más de esa botella de la que él bebe.

Todos confiábamos en las instituciones deportivas que -decían-celebrarían sus triunfos con alegría no comunitaria como hizo el ganador de la liga de este año. ¿Todos lo hicieron? Para nada. Clubs ha habido que por ascender de categoría han salido en  manifestación multitudinaria a festejarlo. Al menos los fracasos españoles en la Champions nos han librado de posibles focos de contagio.

Y para mostrar que la Nueva Normalidad rompe con todo lo esperado por unos y por otros incluso la más alta representación del Estado, el Rey que trajo la Democracia a nuestro país se encandiló de unas faldas y como un perrito -mas bien un monito- fue olisqueando y bailando al son que le marcaba la mujer que le comió el seso y le hizo perder la  cabeza olvidando que su vida privada no podía ni debía cargarse la de todo el Reino. Olvidó que la buena fama tarda mucho en asentarse, y que la mala se gana con una mera acción, incluso sin haber sido confirmada aún judicialmente.

Sí, verdaderamente habíamos olvidado que la Nueva Normalidad no puede atacarse con los mismos presupuestos que la anterior. Si así fuera, para ese viaje no habríamos necesitado de ninguna alforja y menos aún de un largo y desabrido confinamiento del que nos decían en televisivas homilías programadas que nos harían mejores. Permítanme que, visto lo visto, lo ponga en duda. Volvemos donde estábamos. O casi.

¡Campana…y se acabó! [des]CONFINAMIENTO (temporada 13 y última)

Por fin parece que el verano ya llegó. Quiero decir que ya se nos dejará a partir del domingo 21 de este mes, primer día de Verano, salir a la calle para hacer lo que queramos y no sólo para que el perro haga sus necesidades o para que nosotros nos sentemos en una terraza a consumir con tiempo tasado; también desaparecen las limitaciones y las franjas horarias que, la verdad, ya nadie respetaba, aunque la norma seguía estando allí cual espada de Damocles y en cualquier momento podía caer sobre el infractor porque, es bien sabido eso de ‘al disidente, aplíquese la normativa vigente‘.

Lo mejor del fin del denominado Estado de Alarma es que vamos a poder desplazarnos libremente por todo el territorio nacional. Esto es lo que varias veces he oído decir al Ministro de Sanidad, pero yo ando algo mosca porque en estos 90 días de prohibición y limitación absoluta de éste y otros derechos muchas han sido las veces que de la noche a la mañana [entiéndase esto en sentido estrictamente literal] ha mutado la norma como por arte de birlibirloque. Si a la normalidad se la denomina ahora Nueva Normalidad, que Dios nos coja confesados porque todo puede pasar.

Es esencial, nos han dicho -mira lo fácil que habría sido haberlo pregonado con contundencia desde un primer momento-, el uso de mascarillas en espacios públicos, mantener la distancia entre personas de al menos metro y medio, e higiene, mucha higiene, con lavado frecuente de manos con jabón o geles hidro alcohólicos y la limpieza de superficies y objetos sospechosos con soluciones acuosas con un 20% de lejía. Las mascarillas se ven cada día más aunque hay irreductibles que se niegan a usarlas pese a estar cara al público, como mi quiosquero a quien creo que a partir de ahora, por persistir en esta actitud insolidaria, dejaré de comprar el periódico dado que cuando amigablemente se lo advertí me salió con una respuesta de pata de banco. En fin.

Lo que me parece más complicado y me produce hasta risa viendo los preparativos, es el asunto del baño y su compatibilidad con esa distancia normativa entre personas de metro y medio o dos metros. En mi comunidad de vecinos el presidente ha parcelado el minúsculo jardín en nada menos que 10 zonitas que no sé siquiera si cumplen el reglamento gubernamental. Como le hagamos caso creo que este verano vamos a estar más amontonados en la piscina que nunca. En fin, menos mal que los administrados solemos demostrar más juicio que los Administradores y nos saltaremos las líneas de plástico en que el jardín ha pasado de ser pequeño a estar formado por diez celdas que no serían válidas ni para una institución carcelaria.

Pero pelillos a la mar, amigos. Desde esta última temporada -de número aciago, cierto es- con la que cierro esta serie del Confinamiento primero y más tarde [des]Confinamiento, os convoco a todos a ser optimistas y a cruzar los dedos, poniendo cada uno de nuestra parte el cumplimiento estricto de las elementales normas de protección dictadas, para que el COVID19 se haya hartado de hacernos la puñeta y abandone definitivamente el país para no volver ¡nunca más!, ¡aínda máis!, mai més!, inoiz gehiaco!, a pasar por esta situación. En nuestra mano está. O, al menos, eso es lo que nos dicen,